viernes, 3 de agosto de 2012

La batalla de los tres días


Por fin hoy os he llegado a entender, en parte, cuando me aconsejáis que tengo que mantenerme ocupado, distraido, buscar algo que no me deje mucho tiempo para pensar. Pero que os comprenda no significa que esté de acuerdo con vosotros.

En estos tres días libres que he tenido he podido disponer del tiempo como se me ha antojado. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza, abrir otra puerta de tiza, pasear comer leer en el parque, hacer ejercicio, ir de compras, ir al bar de enfrente a tomarme algo, hacerme un tatuaje, irme tres días a España...
Millones de cosas pasaron por mi cabeza, millones de cosas que evadirían mi mente y me tendrían distraido. Pero en cambio, no he hecho absolutamente nada, bueno al menos eso puede parecer a los ojos de los demás, me he quedado estos tres días encerrado en mi celda, que por cierto, poco a poco se está empezando a convertir en mi refugio, en mi hogar.

No os confundáis, no es que no haya hecho nada, al contrario, he hecho todo aquello que nadie me había aconsejado. Quedarme encerrado y no dejar de pensar, y sabéis que, creo que es lo mejor que he podido hacer.

Me he enfrentado a fantasmas del pasado y en la lucha me vi renqueante al principio. El fantasma sacó sus mejores armas, palabras que quedan grabadas en el recuerdo, momentos de locura inolvidables, incluso armas que no me podía esperar, me mostró un recuerdo suyo que yo quise como mio, y en ese instante mi rodilla se clavó en el suelo, mi cabeza estaba a su merced.
Miré al fantasma a los ojos buscando lo que una vez me ofrecieron, pero esos ojos no eran los que yo recordaba. Saqué mi pluma de palabras certeras y atravesé su pecho, el fantasma se desvaneció y en mis brazos cayó la oportunidad de volver a empezar desde donde lo deje.

Me he enfrentado a uno de mis mas grandes demonios, es atemporal, pertenece al pasado, siempre está en mi presente, y me lo encontraré en mi futuro. Ese es el poder que yo le otorgué por haber sido el primero, ahora ese es su legítimo derecho.
Llamó a mi puerta, dudé en abrir, pero tenia derecho a entrar. Abrí la puerta. Nos sentamos uno al frente del otro, comenzó a hablar. Sus palabras no tenían más intención que ser simples palabras, pero su poder no radica en lo que se ve, su poder está oculto detrás del telón, en el lugar donde realmente suceden las cosas mientras tu te distraes con la función.
Sus palabras se las iba llevando el viento pero el calor que en ellas había se introducía en mi, mi cuerpo empezó a tener vida otra vez, me estaba dejando seducir por sensaciones que ahora se son falsas, pero que en ese momento se me antojaban más reales que nunca. No quería presentarle batalla, solo quería sucumbir al deseo del corazón, pero curiosamente eso fue lo que me salvó. Era tal el calor que invadía mi cuerpo que llegué a escuchar un latido de mi corazón, un único latido.
Un latido que resonó tan profundo que en un instante todos mis recuerdos pasados asaltaron mi mente y me hicieron despertar. Al igual que con el fantasma miré a mi adversario a los ojos, pero estos ojos...
Estos ojos siempre serán como los recuerdo, nunca podré vencerles, pero eso no significa que no pueda vencer a su portador, lo único que tengo que hacer es desviar la mirada, y por suerte para mi, aquella puerta que dudé en abrir, se me olvidó cerrarla.
Una brisa fría entró por ella e hizo que volviera a sentir frío. Agarré esa brisa, envolví mi corazón con ella, me helé y su fuego desapareció. Dejó de hablar, me sonrió, y sobre la mesa dejó un tintero: -"Aquí guardarás todo lo que no puedes decir para que cuando llegue el momento digas lo no pronunciado."- Se levantó, se fue y cerró la puerta. Aunque eso si, las llaves son suyas.

Y por último me he enfrentado al peor adversario que cualquiera puede tener, me he enfrentado a mi mismo. La batalla ha sido encarnizada, cada palabra convertida en pensamiento sigue clavada en mi cuerpo, las verdades han abierto heridas tan grandes que nunca llegarán a cicatrizar, pero las mentiras son la sal que hace que nunca vayan a dejar de doler.
Me he acostumbrado a ese dolor y me reconforta cuando intento extirpar alguna de las palabras incrustadas en mi. Por suerte esta batalla es imperecedera, nunca dejaré de librarla, y lo bueno es que cada vez que acierto una estocada al corazón, me desangro y yazco inerte durante un tiempo, el tiempo necesario para renacer, forjar de nuevo mi pluma de palabras certeras y volver a luchar contra todo aquello que se ponga en mi camino a cuerpo descubierto.

Aceptar los consejos de la gente es una buena opción. Tener gente que te dé consejos es uno de los mayores placeres que se puede llegar a tener.
Pero ante todo hay que ser valiente, enfrentate a lo que te asusta, a lo que desconoces, a todo aquello que te supone un lastre en tu camino. No seamos cobardes y descubramonos ante el dolor para poder vencerlo. Y una vez hecho distraigamos a nuestra mente y nuestros sentidos, para que cuando vuelva a llegar el momento, que llegará, podamos volver a enfrentarnos a él.

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